Cómo encontré a Dios escuchando la radio



Por p. Modesto Lule msp
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Si me atrevo a plasmar aquí lo que fue de mi vida hace algunos años, no es con ninguna intención de parecer como alguien digno a imitar, inmaculado y sin tacha alguna. Es más no me considero ni santo para que no se me juzgue, de que lo hago por presunción o con un destello de soberbia. 
Dios me libre de tener esa intención y de querer sólo escribir para ganar la estima o el aprecio de los que lee. Lo hago simplemente para compartir mi vida y demostrarles que Dios hace cambios en la persona cuando se le presenta tal cual es, sin ninguna careta. Creo que Dios ha hecho algo en mí, y puede hacer mucho más en la medida de que le entregue mi vida totalmente. Me dispongo pues a contarles parte de mi vida. 

Mi papá iba a USA constantemente a trabajar. Yo a la edad de 12 años ya quería irme a ese país. Por muchas limitantes en mi hogar y sobre todo lo económico, deje de estudiar apenas terminé la primaria. Mi ideal se enfoco en el trabajo para poder ayudar a mi familia. Pronto comencé atrabajar en lo que tenía más cerca que era el trabajo de herrería y el campo. Cuando cumplí 15 años mi papá decidió irse a USA nuevamente. A los 3 meses que se fue regreso por mi mamá, mi hermanito de 2 años, y yo. Mis otros hermanos se quedarían bajo el cuidado de mis tíos. Cuando llegamos a los Ángeles California, las grandes autopistas, los grandes edificios, los diferentes grupos étnicos y las grandes tiendas me impresionaron. Pronto comencé a trabajar y a ganar dinero. A los 8 meses de estancia en aquel lugar mis papas decidieron regresar a México pues mi mamá no se sentía a gusto por saber que en México tenía sus otros hijos. Yo decidí quedarme para trabajar y ayudarlos desde aquel país. Mi hogar era la fábrica pues solo en las noches llegaba a mi departamento a dormir. Los domingos eran los únicos días que me la pasaba en casa y eso solo por la mañana. Durante el día me gustaba salir a pasear por los parques o andar por el centro de la Ciudad en el cine, los museos, lugares turísticos o comprando cosas. No voy a escribir mi testimonio completo, pero si les menciono que mi vida era de mucho trabajo, algo de diversión y de poca vida espiritual. Con el pasar de los años y el compartir la vida con las demás personas me dejo intrigado. No sabía si era realidad o era una escena de película la que vivía en aquellos tiempos. La venta de droga y la prostitución eran tan comunes en aquella zona de los Ángeles donde vivía que se me hacia un mundo irreal. 

Esas cosas solamente las había visto en películas y sabía que todo eso era fantasía, nunca pensé que la realidad superaba la imaginación de las películas. Mi vida con Dios era de una distancia considerable. Ni a Misa me gustaba ir. Mi actitud de indiferencia era palpable ante aquella situación de desorden moral y espiritual. Confieso que no hice todo lo que vi, pero reconozco que nunca trate de ayudar a nadie para que saliera de esas situaciones. 

Así pasaron 5 años y mi vida tuvo un vuelco enorme. La necesidad de lo espiritual me empezó a reclamar desde dentro, es algo que no se puede describir y que sólo los que lo han experimentado saben lo que sentía en esos momentos. Un día trabajando en la fábrica me puse mis audífonos como todos los días y comencé a sintonizar las estaciones de radio. La mayor parte de programas eran de cristianos protestantes, así que no me interesaba en lo más mínimo escuchar algo de otras creencias, pensaba y creía en mi fe católica, aunque sólo fuera a mi manera y la practicaba “cuando me nacía”, yo tenía la firme convicción de no cambiar mi fe por nada. Pero en aquel día, buscando estaciones de radio escuche una que decían algo de la Virgen de Guadalupe. Me detuve a escuchar para saber que decían y después cambiarle. Yo antes me había detenido un poco a escuchar y sabía que atacaban a los católicos diciendo que eran idólatras y muchas más tonterías. Pero ese día el que hablaba en el programa era un hombre tranquilo y platicaba su experiencia en la cárcel de las Islas Marías. Platico que se encomendaba a la Virgen y trabajaba con los presos, eso me llamó la atención, pues me di cuenta que en ese programa no atacaban a la Virgen ni decían cosas ofensivas para los católicos. Después dijo que era sacerdote. Claro es que cuando dijo eso, puse más atención a lo que decía. Termine de escuchar el testimonio. El programa en el que se presentó se llamaba Hombre Nuevo. Me gusto escuchar a ese sacerdote que daba a conocer lo que hacía por los presos. Al siguiente día sintonice la misma estación de radio para buscar a ese padrecito. Lo encontré y siguió con su testimonio. Fue una semana la que duro y todos los días me disponía a escuchar el programa en la misma emisora. Después me comían las ansias porque llegara la hora para escuchar el programa. Mi búsqueda por algo espiritual había terminado. Ese mismo programa me motivo a participar de la misa cada domingo. Con el tiempo descubrí la palabra de Dios. Yo ignoraba que lo que se leía en misa era de la Biblia. Siempre pensé que eso era algo que los padres escribían. No sabía que era de la Biblia, porque nunca había visto una ni sabía que lo tenía. Me decían algunas personas que la Biblia era como un libro secreto que sólo los padres tenían. En otra ocasión me dijeron que la lectura de la Biblia hacia que la gente se volviera loca o hacia que miraran cosas extrañas. No me la recomendaban en lo absoluto. Los misales que tenía la iglesia a la que iba los tomaba y cada domingo devoraba en lectura lo que contenía de cada día hasta terminar todas las lecturas del mes. Cuando supe que todo eso estaba en la Biblia me compré una a escondidas, pues tenía miedo que me juzgaran por dicho atrevimiento. En las noches cuando los que vivían en el departamento se habían retirado a dormir me ponía a leerla con mucha pasión. 

No entendía ciertos pasajes, así que los volvía a leer y los interpretaba a mi manera. No sabía del peligro de interpretarlos personalmente, pero recuerdo que en la búsqueda de ayuda estuve a punto de reunirme con un grupo de hermanos separados para poder estudiar aquel maravilloso libro. Para aquel tiempo yo ya era de misa cada domingo, he incluso participaba de dos misas el mismo día, pero no me había confesado, pues no había en mí esa necesidad, además pensaba que yo no era pecador, pues no robaba, no mataba ni hacía nada malo a los demás. Pero llegó el día que unas palabras entraron a mi corazón destapando todo lo sucio que tenía. Fue algo que se propagó por todo mí ser y me quemaba fuertemente. 

Tenía que buscar el sacramento de la reconciliación y salir de esa situación tan asfixiante,  pero había un problema, me sentía el más pecador del mundo y pensaba que si le decía al padre todos mis pecados me iba a correr de la iglesia. Con el miedo y la vergüenza busque los horarios de confesiones. El día que programe hacerlo, llegué temprano a la iglesia y comencé a rezar. Detrás de mi llegaron unas mujeres y después el sacerdote confesor. Les dije que pasaran ellas primero, acepto que no lo hice por caballerosidad, sino por miedo a lo que pudiera pasar si me corría el padre o se le ocurría reclamarme mis pecados en voz alta. Pasado el tiempo quedé yo sólo sin aquellos testigos y entre en el confesionario. No recuerdo cuanto tiempo pasó, pero al salir de ahí caminar ya no era lo mismo para mí. Sentí una experiencia sobrenatural. Mi cuerpo parecía flotar, o al menos así lo sentía. La carga de conciencia, aquello que me aprisionaba el pecho ya no estaba, era libre de aquel pasado que no había visto tan bien hasta después de escuchar la palabra de Dios. Pero había en mi algo más que no me llenaba del todo. Yo quería saber que más se podía encontrar en la Biblia, pero no había nadie que me lo explicara. Los programas de radio duraban media hora y eran de lunes a viernes, este mismo grupo organizaban conferencias a las cuales participé muchas veces. Recuerdo que a la primera que participé fue a la del padre Jorge Loring, sacerdote jesuita. Su conferencia de la sábana santa  marcó realmente y me hizo sentir un ruin ante el dolor de Jesús en el momento mismo del martirio. Esa conferencia sacudió mi conciencia al saber todo lo que hizo Dios por nosotros y saber que nosotros muchas veces no movemos ni un dedo para ser mejores. 

Otro de los conferenciantes que me marco también fue el padre Ángel Espinoza de los Monteros, sacerdote de los legionarios de Cristo. Su alegría, su forma de expresar las ideas y de cautivar a la gente me llevó a pensar que una persona como él podría ayudar a muchos. Aunque sin pensarlo a conciencia, recuerdo que dije que me gustaría ser así como ese padre. (Pero aclaro, eso fue sin pensar realmente lo que decía. En mi mente por aquellos años no se fecundaba la idea de ser sacerdote). Y así muchos  más sacerdotes y conferenciantes me ayudaron a ir tomando una decisión en mi vida. Todo esto fue una acumulación de mensajes y exhortaciones para mí que poco a poco se iban estructurando. Los cursos de evangelización y el conocimiento de la palabra de Dios en mi vida fueron indispensables sin lugar a dudas. Y estos llegaron en el mejor momento sin pedirlo y sin buscarlo. Un día domingo, al finalizar la misa pasó una persona invitando a estos cursos de evangelización, tal día de la semana a tal hora. Era perfecto, no interrumpía mis labores y podía asistir. Y después de mucho tiempo, tomé la decisión que marcaría mi vida para siempre.

Al conocer el carisma y espiritualidad de este Instituto al cual pertenezco decidí regresar a México después de varios años de no pisar mi país, para ingresar y hacer la experiencia de misionero laico que duraba un año y medio. Pasado este tiempo podía elegir si seguía el mismo camino o me regresaba a trabajar por la evangelización desde mi ambiente familiar como lo hizo Martín Villaseñor, aquel santo varón de Dios que nos había invitado a  tomar los cursos de Biblia después de su experiencia misionera al finalizar aquella misa. Tomé una decisión de la cual no me arrepiento, porque cada día me da nuevos motivos para seguir donde estoy y entregarme más y más. Tengo nuevos retos, el mayor de ellos ser una persona que anuncie a Cristo con el testimonio de vida. Quizá no sea santo, pero no dudo de que Dios me puede dar la fuerza para levantarme en cada caída y al mismo tiempo ayudar a los que caminan a mi lado. Siempre confiando en Dios y sin dejar de caminar por el mismo sendero que comenzamos hace muchos años. 


Hasta pronto.