¿Por qué quise ser sacerdote?



Por Modesto Lule, msp
Twitter: @ModestoLule
Facebook: ModestoLuleZ

Hace ya algunos años que llegué a este instituto de los Misioneros Servidores de la Palabra y los años se han ido como agua entre mis dedos. Corría el mes de octubre del año 1998 cuando pude participar del retiro vocacional que me daría la oportunidad de pertenecer al equipo de misioneros laicos. 

Muchos me han preguntado porque escogí este tipo de vida, de inmediato les respondo que no fui yo precisamente quien la escogió, sino que Dios fue el que me llamó; yo simplemente respondí a su llamado.

Y es que Dios nos habla de diferentes maneras; a mí en lo particular creo que me habló desde que era pequeño pero no me había percatado de su llamado. Por ejemplo, cuando era niño, miré algunas imágenes en televisión donde presentaban a los niños de África, todos desnutridos y comiendo sobras de algo que parecía comida. Las moscas los invadían y ellos, sin fuerzas, no hacían ni el menor movimiento para espantárselas. Eso a mí me llenó de dolor y me partía el alma. Los conductores de aquellos programas de televisión pedían ayuda económica para dar de comer a tanto niño que moría de hambre. Yo, en aquel momento, pensaba que cuando llegara a ser grande sembraría una hectárea de trigo y se lo enviaría a esos niños.

El tiempo pasó y cuando terminé la primaria ya no pude seguir estudiando y tuve que trabajar. Tres años después me trasladé como indocumentado a Los Ángeles, California; ahí me dediqué a trabajar en las maquiladoras de ropa. Fueron casi ocho largos años los que duré en aquel país trabajando. Durante ese tiempo fui testigo de muchas cosas que me hicieron tomar una decisión respecto a mi vida. Al mirar tanta infidelidad en los matrimonios, tanto alcoholismo, tanta drogadicción, tanto abuso de niños y de mujeres, me dieron ganas de ayudarlos, de sacarlos de esa situación. Comprendí que la mayoría de la gente sufre por no tener a Dios en sus vidas y que, a pesar de tener muchas cosas materiales, no podemos llegar a ser felices. Así que busque primeramente la forma de ayudarme yo, principalmente, para después ayudar a las personas. Busqué en la parroquia más cercana la confesión con un sacerdote; después busque un grupo de oración. Así llegó también la oportunidad de tomar unos cursos de Biblia que ofrecía un joven que había sido misionero laico a tiempo completo. El me hizo la invitación a pertenecer a este grupo de jóvenes que se entregaban por un año y medio para anunciar el mensaje de Dios a los que no lo conocen. Yo, por dentro, tenía ganas de dar ese sí al llamado de Dios inmediatamente, pero dejé pasar un año con intención de madurar esa idea que ya se había enraizado en mi corazón. Al pasar ese año de espera que yo mismo había puesto de plazo para integrarme con los misioneros, el fuego que sentía por dentro no disminuyó; más aun, creció con más fuerza hasta el punto de tomar la decisión de dejar EU y trasladarme a la ciudad de México y pertenecer a este instituto misionero que había conocido. Hoy, después de casi trece años de estar como misionero, compruebo que el llamado de Dios es siempre actual. No sólo está en sentirlo, hay que cultivarlo para que cada día crezca y se fortalezca. La oración diaria es una dosis necesaria para escuchar qué es lo que quiere Dios de nosotros. De otra manera no podemos saber qué es lo que Dios nos dice si no nos ponemos a platicar con Él. Nosotros, como religiosos, hacemos oración en la mañana, a medio día, en la tarde y en la noche antes de dormir. Tenemos nuestra hora de adoración ante el Santísimo y durante el día buscamos espacios de tiempo para rezar el santo rosario y algunas jaculatorias. Los sacramentos son la fuente vital que alimenta nuestra vida; si nos apartamos un tiempo de ellos la debilidad aborda nuestro ser y comienzan las crisis de identidad. La Misa diaria y la Confesión una vez al mes son sacramentos necesarios para enriquecernos de la gracia de Dios que se nos da en cada sacramento. Así fortalecemos nuestra vida espiritual y nos unimos más a Dios. Un misionero que deje de hacer esto dejará de sentir interés por ayudar a los demás, dejará de sentir amor por Dios y no tendrá ganas de entregarse completamente al anuncio del reino de Dios. Por eso es tan importante vivir unido a Él. Eso es lo que me ayuda a seguir en este camino, en esta vocación y en este compromiso de bautizado para dar a conocer a Dios a quienes no lo conocen verdaderamente. Por eso, si tú tienes deseos de ayudar a los demás y te sientes realizado cuando lo haces, posiblemente te está haciendo un llamado Dios a servir a los demás como misionero. No cierres tus oídos a la voz de Dios y bríndale una respuesta. Esa puede ser tu vocación en la vida. Si quieres más informes sobre esta vida misionera comunícate conmigo, yo con gusto te podré compartir lo que hizo Dios conmigo.