Sobre la ordenación de 2 curas homosexuales


Arzobispo de Santiago
Queridos hermanos, la noticia de la ordenación en una diócesis española de dos homosexuales que tenían vida en común, con el conocimiento y aprobación de los responsables eclesiásticos, es de tal gravedad que produce vómito. Es una noticia que alegra al mismo infierno y contrista  al Cielo. Es una noticia que traspasa de forma inmisericorde el Sagrado Corazón de Jesús; clava un puñal en el Inmaculado Corazón de María y rasga el Cuerpo místico de Cristo. Avergüenza horriblemente al clero y episcopado, escandaliza a los fieles, y enfervoriza a los enemigos de  Dios y  de la Iglesia.
El  sacerdocio está edificado  sobre el fundamento de la castidad
Dice el libro de la Sabiduría (9, 15): el  cuerpo corruptible agrava el alma, y la morada terrestre oprime la mente pensativa. Si nuestra alma se deja  vencer por las tentaciones del mundo, anda caída y envuelta en las cosas del mundo, y ya no puede pensar sino en el pecado, y vive envuelta en él. Más si está libre de las aficiones del mundo, con facilidad, ayudada por la gracia, se levanta hacia las cosas divinas, y con ello el deseo de santidad, de  oración y pureza.
Nuestro sacerdocio está edificado  sobre el fundamento de la castidad y pureza, y sobre ellas las demás virtudes. Los grandes maestros del desierto aconsejaban el conocimiento propio de los vicios y malas inclinaciones, para estar siempre vigilantes a cerca de las tentaciones más predominantes. Recordaban que cuando se resisten, no dañan; cuando se  detiene en ellas, es malo;  y si se deleita en ellas, es peor. Aconsejaban responder con humildad a las cosas que se les preguntaban, huir de conversaciones banales, guardarse de miradas indiscretas; confesar los pecados con vergüenza y tristeza, y con gran propósito de enmienda.
Seguían diciendo, que si bien era inevitable los pensamientos pecaminosos que invaden el corazón, y no estaba en sus manos evitarlos; sin embargo, sí estaba en sus manos plantar el corazón otros  pensamientos buenos con el fin de ahogar a aquellos otros.
Recomendaban que cosa alguna secreta guardaran para sí, si no decirla al confesor. Que hablaran con los fieles de cosas de Dios, para confortarlos  y enderezándolos en el buen camino de su estado. Que se apartaran de los poderosos y de quienes eran amigos de las fiestas y diversiones.
Recordaban que debían orar atendiendo con atención  a lo que se rezaban, deseando más  la gracia y misericordia del  Señor que otros grandes  premios. La santísima Virgen modelo de vida de oración era propuesta como ejemplo. Huir de cualquier ocupación que pudiera acarrear alguna honra, y así  poder caer en la tentación de la vanagloria. No tener envidia que otro sea más santo que uno, y más reconocido; todo lo contrario, reconocer en él los dones de Dios y hacerlos propios.
Por último, ninguna cosa amortigua los vicios de la carne como la ferviente oración y el estudio. Recomendaban la vida recogida, el aprecio a la soledad, y evitar el ruido del mundo.
Hermosas recomendaciones y consejos.
La castidad es la divisa del sacerdote
Siempre ha estado presente en la Iglesia la preocupación por parte de los santos pastores de la santidad del clero. Preocupación constante y continua. Así nos lo atestiguan los Padres de la Iglesia, los santos sacerdotes y santos papas.
Entre todas las batallas espirituales, ninguna es más continua ni más peligrosa que las que se tienen contra la castidad. Ha sido nuestro Señor Jesucristo quien ha querido que la castidad fuese la divisa del sacerdote; prueba de ello es que la castidad siempre ha permanecido con toda su fuerza y vigor como en los principios de la Iglesia. Aunque no faltan ataques contra ella desde el mismo clero,  nunca dejará de ser la gloria del sacerdote católico, lo que más ha de resplandecer en él.
Qué aleccionadoras estas palabras de san Gregorio Nacianceno, que habiendo guardado su virginidad hasta el final de su vida, luchó contra la tentación de la pureza. De esta forma se dirigía a su carne:
¿Cuándo has de acabar y poner fin a tu rebeldía y desvergüenza? ¿Cuándo desventurada de ti te has de sujetar al espíritu y  la vejez, ya blanca y cana? Ten respeto, y refrena estos tus libidinosos y desenfrenados apetitos, y no me hagas guerra con tan gran furor. Porque si así no lo hicieres, yo te prometo de hacerte resistencia, y pelear contigo con todas mis fuerzas, y de quebrantarte con todos los dolores y penas que pudiere hasta que te rinda, y estés más flaca y más debilitada que un cuerpo muerto.
Queridos hermanos, lo digo con orgullo,  “la castidad es la joya más preciosa del ornato sacerdotal, la pieza más hermosa de su casa, la loa más gloriosa de sus personas, y la divisa y armas de la nobleza de todo el estado clerical”.
Capellanes de la Santísima Virgen
Quiso nuestro Señor Jesucristo que los más señalados de la Iglesia dieran su vida por la defensa de la castidad, como san Juan Bautista; y posteriormente toda la legión de santos y santas mártires de la pureza.
Fue en san Juan Evangelista en quien el Señor  mostró Su divina voluntad de que todos  los sacerdotes se tuvieran y se trataran como capellanes de su Santísima Madre; y él, como capellán mayor de esta real capilla se señalase tanto en el don de la castidad.
He ahí a tu Madre. Y desde aquella hora el discípulo la recibió en su casa (Jn. 19, 27).
¿A caso los sacerdotes, como hijos de nuestro divino fundador, no debemos considerar siempre sus virtudes y santidad, e imitar a sus primeros elegidos? Los sacerdotes  hemos de seguir fielmente en castidad y pureza a nuestro divino Maestro, y a sus preclaros elegidos como ejemplo a imitar y seguir, recordando siempre las palabras del profeta Isaías: mira con atención la roca de que habéis sido tallados y la cantera de donde habéis sido sacados.
Capellanes de la Santísima Virgen María: para este fin han de ser formados los seminaristas, para este fin ha de ser ordenados. Con este fin resplandece con todo su esplendor la castidad del sacerdote y  se embellece la santidad sacerdotal.
Ave María Purísima.
Padre Juan Manuel Rodríguez de la Rosa
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